lunes, 21 de marzo de 2011

Manifiesto sin (buenas) pretensiones

                   Hoy he descubierto que los cuchillos de untar no son inofensivos; pueden cortar (y mucho). Así, he comenzado el día correctamente (en términos académicos): sangrado y sangrando. Lo explico para tranquilizar a algunos, especialmente a esos prelicenciados impertinentes que me acusan de falta de coherencia. Esos mismos que alardean (orgullosos) de que el lenguaje purista está muerto. A ellos hago saber que, solitario como pocos, el párrafo exhibe su pseudograndeza faraónica frente a la expresión aforística de la lucidez. No sólo se opone, aquí y en la China Popular, a la individualidad y la extroversión natural de las palabras, sino que se rebela contra la verdad sin rodeos, el slogan y las luces de neón. Es la inhibición de la efervescencia y la represión del vómito. El párrafo es la expresión de aquellos que anteponen las propiedades del texto a las propiedades del ego. Lo wagneriano contra la weberniano, las greguerías frente a la macronovela. ¿Y me acusan de falta de coherencia quienes fanfarronean de la novedad twitteriana, alegando su comunicación directa con el mundo? (siempre tan importante en esta era de la comunicación) ¿Me acusan quienes idolatran a músicos descamisados en un campo de fútbol? ¿Quienes inculpan a la religión de los males del mundo mientras veneran la Mare de Déu de Lorito? ¿De verdad me intentan poner en evidencia quienes representan su propia miseria etílica en musicales de poca monta? Pues yo soy el Príncipe Ígor y me rebelo contra el quinto poder: a la mierda la coherencia.


A mi buen amigo Luis.

miércoles, 16 de marzo de 2011

La ternura de los gansos

Somos rudimentarios. 

A pesar del serialismo integral, la activación del uranio, la electronegatividad del plutonio, los voltímetros, multímetros y osciloscopios, en días como hoy seguimos saliendo a la calle con la simple compañía de un paraguas, ese ave acuática que bate sus alas sólo una vez.

Y lo maltratamos.

Exponemos la eterna interrogante de nuestro recibidor a vientos huracanados y a violentas ráfagas de agua. 

Disfrutamos especialmente oyéndole sufrir con el repiqueteo de las gotas gordas en sus palmípedas áreas. (Esas que caen -sin duda más frías- de los árboles y los canalones -oxidados.)

Le insultamos cuando no se elonga (como los hombros) para albergar a todas las personas que nos acompañan en la calle. 

Cuando ya sólo llueven los tejados, nos avergonzamos de él si absortos en nuestros pensamientos recorremos la calle sin darnos cuenta de que ya nadie a nuestro alrededor se rebaja a seguirlo utilizando. 

Antes de entrar en nuestro cubierto destino, lo sacudimos con repugnancia y una vez dentro lo maldecimos por dibujarnos estampados en el camal.

¡Lo metemos (y olvidamos) en las papeleras!
                                                                
                                                                                ...

Al pobre paraguas no le hacemos ningún caso. (Porque el paraguas no es digno. El paraguas no es sombrilla ni parasol.) Se pliega vejado, afligido y desde el cubo nos mira con sus (trémulas) varillas, porque el paraguas tiene la ternura de los gansos; y esos graciosos andares.

Abierto bajo techo: símbolo de mala suerte.
Abierto bajo el cielo: piedra angular de nuestra desdicha.

Pero ¡ay de nosotros! cuando nos faltas.

martes, 8 de marzo de 2011

El polo

Alicia De Larrocha – Albéniz: Iberia - Piano (Pub.1906) - Book 3 - 8. El Polo

Hispania, como alguna vez he dicho, fue la denominación que los fenicios dieron a la península ibérica. Pero Iberia no es cívica. Iberia son disonancias que suenan a cristales rotos, o al destello molesto e intermitente del sol en un rizo de agua.

De la misma forma que no podemos dejar de mirar a esa luz, me siento hechizado por el Polo: un cante jondo transfigurado en la "Joie de vivre".

Con todas las posibilidades que ofrece la interpretación de una obra, qué evidente es cuando los cristales rotos no son vidrios modernistas, sino celadón coreano (y pido perdón por el sin duda verdadero tópico).

Existe, (para lo bueno y para lo malo) un vínculo intransferible entre nosotros y la cultura que sin exigir nada a cambio se nos impone. Soy incapaz de decidirme entre si este hecho es bello o terrorífico.

¿Quién si no nosotros va a advertir la quintaesencia de este carácter nuestro?

¿Quién va a comprender entonces a esta Iberia nuestra de aceite y naranjas sin haber hecho demiurgo al jamón serrano?

Asimismo, parece evidente la triste imposibilidad de descubrir la verdad intrínseca pero siempre intangible de las culturas ajenas.

¿Qué cubanos vienen a contarnos cómo son los requiebros goyescos y dónde vamos nosotros ahora a tocar sus danzas?

¿Y cómo me pongo yo en la piel de unos polacos decimonónicos que reclaman libertad para su oprimida nación?

domingo, 6 de marzo de 2011

Perder lo áureo con lo que es de oro.


¿Cuánto puede dar de sí la zapatilla de un desconocido colgada de un árbol y qué extraños vínculos puede propiciar?
Es algo cíclico. Viene ocurriendo en pequeñas oleadas aleatorias durante todo el año. Sin embargo ahora ya nos sentimos allí. Incluso más allá. Es entonces cuando no podemos reprimir nuestra necesidad y como si de un brainstorming se tratara, las ideas, autoritarias, fluyen desbocadas, casi torrencialmente, se entrelazan, chocan y resbalan unas con otras para acabar cayendo lentamente al suelo, encharcándolo todo.
Y ahí nadamos, idealizando recuerdos de ayer, siempre con esa pueril (¿e hipócrita?) ilusión del tal vez ahora sí.
¿Cuántos vídeos turísticos de lo propio y de lo ajeno veremos? ¿Cuántos trenes a horas intempestivas? ¿En cuántas montañas rusas de Japón?
¿Quién no es un pagafantas de sus propias ocurrencias?
¿Hasta cuándo, ensimismados por la cocaína y el oro líquido de Miguel Pescador?