domingo, 6 de marzo de 2011

Perder lo áureo con lo que es de oro.


¿Cuánto puede dar de sí la zapatilla de un desconocido colgada de un árbol y qué extraños vínculos puede propiciar?
Es algo cíclico. Viene ocurriendo en pequeñas oleadas aleatorias durante todo el año. Sin embargo ahora ya nos sentimos allí. Incluso más allá. Es entonces cuando no podemos reprimir nuestra necesidad y como si de un brainstorming se tratara, las ideas, autoritarias, fluyen desbocadas, casi torrencialmente, se entrelazan, chocan y resbalan unas con otras para acabar cayendo lentamente al suelo, encharcándolo todo.
Y ahí nadamos, idealizando recuerdos de ayer, siempre con esa pueril (¿e hipócrita?) ilusión del tal vez ahora sí.
¿Cuántos vídeos turísticos de lo propio y de lo ajeno veremos? ¿Cuántos trenes a horas intempestivas? ¿En cuántas montañas rusas de Japón?
¿Quién no es un pagafantas de sus propias ocurrencias?
¿Hasta cuándo, ensimismados por la cocaína y el oro líquido de Miguel Pescador?

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